¿Quién se acuerda? Hace 100 años murió Gustav Mahler. Desde entonces su música ha sido una especie de aspirina para curar el alma.
La Sinfonía No. 9 en re menor, quizás la mejor de todas, compuesta en 1909 nunca fue escuchada por el gran músico vienés. Es la continuación de la Canción de la Tierra del mismo autor. Fue estrenada en Viena en 1912 bajo la batuta de Bruno Walter. Su autor emplea cambios progresivos de tonalidad, pasando al re bemol mayor del final. Esta instrumentada para una orquesta grande pero no excesiva. La textura del primer y segundo movimiento es algo ligera. Sin embargo el scherzo del tercer movimiento es de textura contrapuntística y compleja. Posee una estructura poco usual de dos movimientos lentos en los extremos y allegro en los movimientos interiores. Poco usual pero no para Mahler.
FRancisco Rivero. Gustav Mahler. 2000. |
La obra es de unos 83 minutos de duración. Se estructura en cuatro movimientos como ya se ha dicho
1. Andante comodo 28:10.
2. Im tempo eines gemächlichten
Ländlers. Etwas täppisch sehr derb. 16:38.
3. Rondo-Burleske. Allegro assai.
Sehr trotzig 12:45.
4. Adagio.
Sehr langsam und noch zurückhaltend. 26:49.
Al escuchar la novena se sumerge uno en un pozo profundo de reflexiones infinitas y graves pensamientos sobre las cosas más trascendentales de la vida. Por supuesto que es una obra autobiográfica, de un compositor que atravesaba por los momentos más álgidos de su vida, enfrentarse a la muerte y separación eterna de sus seres más queridos. La música avanza lentamente, crece, se inflama, se eleva para luego descender abruptamente a los abismos insondables. Luego un descanso y todo comienza de nuevo.
El primer movimiento es un canto sereno de resignación ante la dureza de la realidad y los avatares del destino. Es música para el corazón. Hay breves momentos de una dulzura delicada en donde el alma goza momentáneamente de los placeres de la naturaleza, se recrea de la agitación del mundo que la envuelve en su efímero encanto. Todo se disipa suavemente en una desilusión, la felicidad se escapa en las notas disonantes de los cornos, los trombones y los fagotes. En los largos acordes de las cuerdas navegamos por los mares agitados del desconcierto, el caos y la desesperación. Subimos y bajamos en una barca a la deriva. Atravesamos vendavales terribles y salimos victoriosos de la tormenta para ver a ratos el sol elevarse sobre el lejano horizonte. La música nos atrapa con mil tentáculos y nos lleva a un abismo profundo de aguas desconocidas. El golpe insistente de los timbales, ese golpe seco de Mahler, sin eco ni resonancias extrañas, nos mueve hacia adelante, dándole a la música una dinámica de cortejo fúnebre. Un ansia de marcha ceremoniosa pesada que nos arrastra hacia el futuro de manera inmisericorde.
El segundo movimiento es un viejo vals que sufre una serie de metamorfosis hasta llegar a lo grotesco (¡algo torpe y muy brusco!).
No se sale de allí deprimido, a pesar del tono general de tristeza y melancolía de la obra, sino, más bien, fortalecido y con esperanzas renovadas. Para gozar en un día lluvioso hay que tomarse este elixir de Mahler y poder así, paladear el sabor de la música eternamente. Ewig, ewig, ewig….
Esta versión del primer movimiento y del adagio final es de Leonard Bernstein, uno de los grandes directores que ha sabido entender a Mahler.
Hay excelentes grabaciones. He escuchado y recomiendo, sin entrar en comparaciones las tres siguientes.
1. Herbert von Karajan. Filarmónica de Berlin. Grabación en vivo de 1982. DG.
2. Klaus Tennstedt. London Philharmonic. Integral de las nueve sinfonías. 1992. EMI.
3. Leonard Berstein. Filarmónica de Nueva York.
Sin embargo debo decir que Karajan es magistral, Bernstein conmueve, pero Tennstedt me gusta más.
Sinfonía No. 9 de Gustav Mahler
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